Macedonio Hernández | Carteles

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MACEDONIO HERNÁNDEZ 
MicroFricciones en EDICIÓN CYRANO

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CARTELES



Los viajeros que llegamos a Babel compartimos ignorancia. Ninguno de nosotros sabe de dónde viene ni a dónde va. Y nos quedamos esperando, cayendo alrededor del sol, aferrados al mundo, haciendo tiempo.
Y apenas podemos dar nombre a la espera. Y a la espera la llamamos vida.

Entonces nos imponen un nombre y un número que documenta nuestra estancia. El origen y el destino quedan eclipsados. Y ocurre que, acaso por temor a lo ignorado, nos aferramos a creer que somos eso: un nombre y un número.
Después, buscamos un oficio, una profesión que nos permita hacer algo en el mundo.

Aunque resulte asombroso, alguna vez fui un pibe que habitaba las calles de estos suburbios de Babel. En aquellos días resultaba más sencillo encontrar las cosas. Si uno necesitaba pan, buscaba un cartel donde se leía “panadería”. Si tenía que reparar zapatos bastaba encontrar la casa en cuyo frente se anunciaba “zapatero”. Si se trataba de reconstruir el ventilador, se llegaba a la casa del “electricista”. Todo resultaba más fácil. Los carteles referían a oficios y a profesiones.
Y no estoy cayendo en la falacia de decir que todo tiempo pasado fue mejor. Lo que digo es que, antaño, el nombre de la gente se asociaba a sus oficios.

La modernidad trajo otros modos de identidad. Acaso ocurre que los oficios ya no definen nuestra espera y nuestro hacer. O que nos pasamos buscando y buscando, sin lograr dar con una casa.
Además la casa del zapatero se transformó en verdulería, luego en quiosco y ahora está abandonada y en ruinas.

Todo me confunde, Babel. Ya no logro dar con los lugares que busco. Ni encuentro a la gente. Y para colmo, los carteles que inundan la ciudad me complican más y más. ¿Será que alguien se esmera en desorientarme? Si hasta me cambian el nombre de las calles.

No sé qué oficios confluyen en un shooping, pero jamás encuentro ahí lo que necesito. No me atrevo siquiera entrar a un showroom. La japi auer me da vergüenza y pudor. El polirubro no me restituye la imagen del cuartito azul ni la de un policía “rubroso” parado en la esquina.

La cartelería moderna me perturba. Y no es que antes no se dieran babélicas situaciones. A la casa del letrista, por ejemplo, solían llegar viejos tangueros buscando palabras para armonizar con sus fuelles. Y a la casa donde se leía el cartel “se arreglan pelotas” llegaban los cobardes del barrio a resolver su “carencia” de coraje.

Los viajeros que llegan a este mundo comparten ignorancia. Ninguno sabe de dónde viene ni a dónde va. Y se quedan esperando, cayendo alrededor del sol, haciendo tiempo. Y apenas pueden dar nombre a la espera. Y a la espera la llaman vida.

Yo ando confundido por la vida. ¿O será que todo tiende a ocultarse? ¿O será que ya no hay más zapateros, ni herreros, ni carpinteros? ¿O será que los viejos oficios ya no sirven para sobrellevar la espera en este mundo? O a lo mejor ya nadie está dispuesto a hacer público su oficio. ¿Qué podría pasar si en las casas se instalan carteles que identifican a los oficios modernos? ¿Qué hacer frente a la casa donde podría leerse “ladrón”, “diputado”, “usurero”?

No lo sé. No sé dónde estaba yo antes de llegar al mundo. Tampoco sé qué lugar me espera en la partida.

De todos modos, deambulo por Babel con mi cartelito bajo el brazo. En el cartelito dice “escritor”.

Si alguna vez logro tener una casa voy a ponerlo sobre la puerta de entrada.

Aunque viendo el estado del mundo. ¿Existirá alguien, caminando las calles, necesitado de semejante oficio? 





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COMPAÑÍAdeÁNIMAS
FENÓMENOS CULTURALES
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